Extracto del artículo publicado por Manuel Según Alonso en el volumen VI, nº 2, de la Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC), de la Universidad de Costa Rica.
© Manuel Según Alonso y REHMLAC.
La masonería es un conjunto de organizaciones de carácter iniciático que han influido de una manera u otra en la historia de Occidente, y cuyo fin es el perfeccionamiento moral de sus miembros, teniendo prohibido hablar de religión y de política. Podríamos decir que la masonería quiso unir a hombres libres que “respetaban la moral natural y querían conocerse y trabajar juntos, a pesar de la diversidad de sus opiniones religiosas y de su afiliación a confesiones o partidos más o menos opuestos”.
Nosotros nos vamos a centrar en la masonería madrileña en la época de la Segunda República. Época en la que existían dos principales Obediencias: Grande Oriente Español (GOE), fundado en 1889, y la Gran Logia Española GLE), fundada en 1920. Ambas pertenecientes a la masonería que podríamos denominar latina, que como sabemos, fue la más comprometida con la lucha política.
Por otro lado, advertimos que la relación entre masonería y política puede afrontarse desde distintos ángulos. De un lado, analizando cómo y cuándo las logias madrileñas y las obediencias han intervenido en el terreno político, es decir, en partidos, participando en el poder público o formulando leyes, y además lo han hecho en cuanto tales; de otro, viendo cómo estas organizaciones masónicas adquirieron responsabilidades políticas, lo que nos lleva a entender la importancia del masón dentro de la masonería, y los contrastes que existen entre ellos; por último, se puede investigar la biografía de los masones y su relevancia pública; y distinguir, aunque sea complicado, cuáles de sus acciones fueron hechas como hombre político o como masón.
Partiremos de la hipótesis de que la masonería es una sociedad iniciática tradicional, dedicada al perfeccionamiento moral de sus miembros y que no es una religión, ni una secta, ni una asociación política, pero que sí tuvo una influencia en el periodo estudiado, aunque no tanto por los individuos como masones como por los masones como políticos. Nos centraremos en el caso de la ciudad de Madrid y analizaremos la influencia que tuvieron los masones madrileños en las redes políticas del periodo republicano. Viendo si la masonería oficial, y especialmente la madrileña, se involucró en el devenir político por mucho que su lenguaje oficial dijera lo contrario. En definitiva, las cuestiones a estudio son: qué influencia
tuvieron las logias madrileñas y la Gran Logia Regional Centro (GLRC) en la vida política madrileña, cómo actuaron tras el inicio de la guerra y qué represión sufrieron tras el triunfo de los sublevados.
La llegada de la República fue percibida por las logias madrileñas con esperanza. Para muchos suponía que había que volver al terreno iniciático y dejar la beligerancia que había mostrado frente a la dictadura. Pero no había pasado ni un mes cuando se produjeron los sucesos conocidos como “la Quema de Conventos”, motín popular madrileño que se produjo entre los días 10 y 11 mayo de 1931, extendiéndose a otras ciudades y del que fueron otra vez acusados, entre otros, los masones aunque como señala Alcalá Zamora: “ni siquiera facilitaron a la trama del crimen el aprovechamiento individual, nunca plan colectivo, del secreto y de la red de afiliados”.
Desde varios medios periodísticos, en el momento de producirse el motín, se pedía la expulsión de los jesuitas, enemigos declarados de los masones. El Crisol, en primera página y en mayúsculas, lo pide como una de las primeras medidas para restaurar el orden: “creemos conocer suficientemente al pueblo para asegurar que así se contribuiría poderosamente a un inmediato apaciguamiento de la cólera popular”. Varios ministros masones de logias madrileñas como, Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo, Albornoz y Azaña, eran partidarios también de expulsar a los jesuitas. Tema que se trató en el consejo de Ministros y que Azaña defendió con el argumento de que era preferible hacerlo ahora que tras nuevos asaltos. Posición que la logia Mare Nostrum reflejó en una carta enviada el 19 de mayo a los masones que ocupaban altos cargos. Tres meses más tarde, Azaña todavía se lamentaba de no haberlos expulsado en los días propicios de mayo.
Del 23 al 25 de mayo de 1931 se celebró la Gran Asamblea de la GLE, en la que se adoptó una “Declaración de Principios” que fue enviada el 20 de julio a ministros, diputados y altos cargos del régimen, y en la que se pedía la incorporación a las leyes y al proyecto constitucional, sus principios. Largo Caballero, Martínez Barrio, Fernando de los Ríos y Azaña respondieron al “Gran Maestre” de la GLE prometiéndole hacer lo que pudieran para cumplir sus peticiones.
Pese a todo, 1931 fue un año en que las logias madrileñas tuvieron muy poca actividad, siendo denominado por González Castroverde “año de pasividad casi absoluta”. Paradójicamente, “levanta columnas” un importante número de logias como, la de perfección Concordia, y las simbólicas República Portuguesa y Génesis del GOE; y Primero de Mayo de la GLE; además se afiliaron tres logias madrileñas a la GLE: Mantua, Life y Solidaridad. En 1932, Unión pasa a depender de la GLE y en 1933 se instalan la logia Perfección nº 21 y las logias Augusto Barcia (GOE), Isidoro Maiquez, Hiram y Conde de Aranda (GLE). En 1934, la logia Charitas (GLE). También levantan columnas las logias de adopción Amor, (1931), dependiente de Mantua, y “Reivindicación”, patrocinada por “Condorcet” (GOE). En setiembre de 1931 se regularizaron las logias Dantón e Ibérica, que habían sido suspendidas desde las disensiones en la GLRC y se reabrió la Gran Logia Regional Centro.
Debemos reseñar que hubo grandes diferencias entre las logias madrileñas en el tema político. Algunas como la Condorcet, de carácter intelectual, se mantuvieron y defendieron el apoliticismo. En el lado opuesto, aparecen logias como Nomos, Unión, Dantón, Mare Nostrum, Luis Simarro, República Portuguesa, Ibérica, Perfección o Primero de Mayo. En estos años los cuadros lógicos mantuvieron el carácter pequeño burgués, aunque se iniciaron un mayor número de “eminencias”.
La República supone el momento histórico en el que más masones madrileños fueron llamados a ocupar cargos públicos, lo que hará que dejen de trabajar en logia elementos muy significativos. Pero no solo ocuparán puestos en la circunscripción madrileña sino que lo harán en otras regiones, lo que provocará fricciones con otras grandes logias regionales. A esto se une que entre los madrileños hay muchos militantes de partidos republicanos de nuevo cuño, mientras que los de otras regiones, como la andaluza, pertenecen mayoritariamente, al republicanismo radical.
La doble pertenencia masonería y partido será complicada debido a que los enfrentamientos entre los grupos republicanos serán continuos y tendrá eco en las logias madrileñas. Muchas de las figuras políticas notables en los años anteriores dejarán de serlo, y otras tomarán notoriedad. Entre las primeras, tenemos a Graco Marsá, Torres Campañá y Martí Jara; entre las segundas, a Pedro Rico, José Giral, Royo Gómez, Luis Bello, Roberto Castrovido, Mirasol Ruiz, Castro Bonell, Pedro Vicente Gómez Sánchez, de Acción Republicana. Del partido Radical Socialista, a Albornoz, Botella Asensi, Galarza, Eduardo Ortega y Gasset, Palomo Aguado, Pérez Madrigal, Artigas Arpón y José Salmerón. Los socialistas son Jiménez de Asúa, Fabra Rivas, Rodolfo Llopis, Martínez Gil, Álvarez Angulo, Hermenegildo Casas, Rodríguez de Vera, Juan Simeón Vidarte, de Francisco. De los federales, Barriobero y Arauz Pallardo. Un miembro de la Esquerra, Ramón Franco Bahamonde. Y por último, por el partido Radical, podemos nombrar a Guerra del Río, Salazar Alonso o Torres Campañá. De logias madrileñas eran varios ministros: Alejandro Lerroux, Santiago Casares Quiroga; Marcelino Domingo y Álvaro de Albornoz, fundadores de la Dantón. En el segundo gobierno Provisional entra José Giral, otro miembro de una logia madrileña.
El amplio número de diputados masones, su prestigio y la preponderancia de masones de logias madrileñas, “alentaron las expectativas intervencionistas de las logias” en las Cortes, lo que llevó a gestionar la celebración de reuniones de diputados masones para tratar temas
“de común conveniencia”. La Gran Comisión de Asuntos Generales del Gran Consejo, compuesto entre otros, por Juan Sarracell, Gil Mariscal y Elías Palasí, emite un dictamen favorable al proyecto de reunión de diputados el 6 de agosto de 1931, de conformidad al artículo 12 de la Constitución del GOE, pero condicionado a que las reuniones debían ser tenidas, en las que no se podrían hacer iniciaciones, aumento de salarios o exaltaciones; además de los diputados masones, deberían asistir el Gran Comendador, el Gran Canciller y el Gran Orador del Supremo Consejo de Grado 33 y el Gran Maestre, el Gran Secretario y el Gran Orador de la Comisión Permanente del Consejo Federal Simbólico y los ex Grandes Maestres. Esta condición pretende moderar la situación ante posibles partidismos, puesto que las personalidades del Supremo Consejo de Grado 33 tienen una mentalidad abstencionista, lo mismo que los ex Grandes Maestres José María Rodríguez y Demófilo de Buen. Las reuniones tuvieron lugar como atestiguan las citaciones que dirige Pedro Rico López, Gran Maestre de la Gran Logia Regional Centro (GLRC). También tuvieron lugar banquetes masónicos que se ajustaban a lo establecido:
En los días en que se estaba discutiendo La Constitución, los diputados de las Cortes Constituyentes nos reunimos en un gran banquete masónico […]. También asistieron ministros y altos cargos del Gobierno. Presidían el Gran Maestre del Gran Oriente Español. Martínez Barrio; el Gran Maestre de la Gran Logia Española, Portela Valladares y el Gran Comendador, Augusto Barcía.
La masonería madrileña considera que el Estado debe ser aconfesional, respetuoso con la libertad de conciencia y de culto. Y por ello, dirige acciones divulgadoras de denuncia del clericalismo y desarrollan campañas a favor del matrimonio civil, el divorcio, la secularización de los cementerios y la educación laica. La tolerancia, la solidaridad y el universalismo que defienden es incompatible con la enseñanza en centros religiosos. Según Juan Simeón Vidarte, en octubre de 1931:
Nosotros [los socialistas] éramos laicos y no teníamos problemas personales en relación con la Iglesia católica […]. No existía la menor semejanza entre los hombres de nuestra minoría y los radicales o los radicales-socialistas […]. Sin embargo, fueron ellos lo más anticlericales y los que crearon en la Cámara el subconsciente colectivo que oprimía nuestra libre deliberación.
Y refiriéndose al partido Radical-Socialista, afirma que “fue uno de los más anticlericales de España […]. Ciertamente, la casi totalidad de los miembros de dicho partido eran enemigos de la Iglesia Católica”.
Se puede decir que unos de los temas que más atención planteó en las logias madrileñas fueron el clericalismo, la pena de muerte, la defensa del oprimido, la guerra y la escuela confesional. Este último tema fue tratado en la logia Condorcet, llegando a la conclusión de que había que romper con la enseñanza tradicional y la religiosa en la escuela pública. Eduardo Barriobero, miembro de la Catoniana afirmará “este es el tema de toda mi vida. No hemos hecho más que defendernos de la Iglesia”. Dos talleres que sobresalieron en propuestas educativas con connotaciones ideológicas y sociales, fueron la logia Mantua y la Concordia de la GLE.
Un masón madrileño, Jiménez de Asúa, presidente de la Comisión Parlamentaria que elaboró el proyecto de Constitución, la presenta a la Cámara el 27 de agosto de 1931. Y precisamente, la discusión de sus artículos el 26, dejó en evidencia que no existía unidad entre los diputados masones. De hecho, el tema religioso mostró, como diría Marcelino Domingo, que “la iglesia había tenido la fortuna de unir a los antirrepublicanos y de separar a los republicanos”.
La prohibición de la enseñanza a las órdenes religiosas se debe a Roberto Castrovido de la logia Ibérica y Luis Bello de la Dantón. El 21 de noviembre de 1931, la GLRC traslada a las otras logias regionales una propuesta de la logia Hispanoamericana, en la que se defiende la necesidad de “sugerir a los diputados masones la conveniencia de incluir un artículo adicional al proyecto de Constitución, en el cual se suspendan los derechos de personalidad jurídica de todas las asociaciones religiosas y de sus miembros, cualquiera que sean sus fines o fe religiosa”.
Acción Republicana presenta una enmienda proponiendo que la Iglesia sea considerada corporación de derecho Público con un estatuto especial. Propuesta aprobada por varios diputados, miembros de logias madrileñas, que se muestran pragmáticos, no queriendo un enfrentamiento con el catolicismo sino lograr una República laica, acorde con las postura oficial del GOE. Pero existía otro grupo de masones madrileños, menos partidario del entendimiento, que defiende la disolución de las órdenes religiosas, la nacionalización de sus bienes y la equiparación de la iglesia Católica con las demás religiones. Propuesta defendida por Botella.
Esta entrada continuará en una segunda parte.