Continuación del extracto del artículo publicado por Javier Domínguez Arribas en el volumen LXVI, nº 224, de la Revista Hispania (Revista Española de Historia). Ver artículo completo
© Javier Domínguez Arribas e HISPANIA.
El último documento en el que nos vamos a detener se titula «Palabra Semestral para las Grandes Logias del Oriente de España» y está compuesto por una serie de instrucciones atribuidas a la «Gran Maestría de la Confederación Provisional». El texto está fechado en Lisboa los días 20 y 21 de junio de 1943 y lleva las firmas de Martínez Barrio —como Gran Maestre Español— y de Magalhaes —como Gran Maestre de la citada Confederación Provisional—. En primer lugar, se pide a los militares masones que continúen fomentando el descontento y la discordia en el Ejército. Esa labor de zapa permitirá posteriormente —según el documento— llevar a buen término una segunda directriz de la Gran Maestría que merece ser reproducida textualmente:
Es preciso que, durante el lapso de esta «Palabra Semestral» [es decir, durante la segunda mitad de 1943] [...] se obtenga la Paviada: Una comisión militar, a poder ser de Generales, pero, cuando menos de Jefes del Ejército, ha de asestar el golpe definitivo de la Dictadura Inquisitorial de Franco, presentándose en su Residencia Palaciega —en el momento dado— y conminándole para abandonar el suelo español en el plazo de horas que se fije.
El texto afirma además que las circunstancias internacionales, favorables a los aliados, son idóneas para la instauración de una monarquía democrática, deseable «como mal menor». La orden principal para los masones españoles será entonces la siguiente: «Apoyemos todos la caída de Franco y la subida de Juan III. [...]Y debemos tener en cuenta que el candidato es manejable, por indotado de voluntad». Con el objeto de lograr una cierta unidad de acción, la Gran Maestría daba además instrucciones para que se prometiera a los distintos sectores monárquicos (liberales, tradicionalistas e incluso falangistas) la realización de sus objetivos políticos, a la vez que se subrayaba la necesidad de captar para el juanismo a los grupos todavía reticentes, como el de Fal Conde. «Resumiendo: Haláguese a los sectores diversos, contrólense las pasiones, y apetencias, preséntese como solución única, la Monarquía Juanista: Falangista?... Tradicionalista?... Liberal, si lo sabemos hacer!»
Este documento fue elaborado entre finales de junio y principios de julio de 1943. A mediados de este mes ya había llegado a manos de Franco, probablemente a través de una red de información antimasónica de la que hablaremos más tarde. El dictador parece haber tomado el texto muy en serio, pues ordenó a Luis Carrero Blanco que informara a los tres ministros militares de la conspiración desvelada por la supuesta «plancha» (escrito masónico). El 17 de julio de 1943 se les envió una instrucción reservada, redactada por Carrero y corregida por el propio Franco, que retomaba cada uno de los puntos del documento que acabamos de ver y daba la consigna de no tolerar la más mínima deslealtad al Caudillo, especialmente en el seno del Ejército. Por tanto, se ordenaba a los mandos militares que vigilaran a sus subordinados, «cuidando especialmente
las actividades de aquellos que [...] pudieran ser díscolos, descontentos, ambiciosos o sospechosos de afinidad o simpatía con la masonería».
Existen indicios para pensar que otras copias de la «Palabra Semestral» (además de la que había llegado a Franco) circularon de manera restringida durante los meses siguientes. Pero, a diferencia de los dos casos que hemos visto anteriormente, la difusión del documento dejó de estar limitada a ámbitos reducidos cuando el 30 de octubre de 1943 éste fue publicado en la primera página del semanario falangista El Español, acompañado de una reproducción fotográfica del original. El texto iba precedido de grandes titulares en los que podía leerse: «La masonería contra España. Nueva conjura para destruir el Caudillaje». Al día siguiente, numerosos diarios —si no todos— reseñaban elogiosamente el número de El Español que había aparecido la víspera y destacaban la publicación de la supuesta «plancha». Para el influyente Arriba se trataba de «un sensacional documento masónico que demuestra —una vez más— la continuidad de los manejos del Gran Oriente contra nuestra Patria». Unos días más tarde, el 5 de noviembre, diversos periódicos insertaban nuevos comentarios relativos a esas supuestas consignas de la masonería. Arriba, por su
parte, volvía a publicar el texto que ya había aparecido en El Español, a la vez que le dedicaba un editorial que sería luego reproducido o comentado en otros periódicos. El día 6 de noviembre era el turno de otros diarios, como ABC o Ya, que también transcribían la «Palabra Semestral».
Tal unidad de acción por parte de la prensa no podía ser casual. Indica más bien que, irónicamente, la única consigna real en este asunto no era de la masonería, sino la que había dado la Delegación Nacional de Prensa, ordenando primero la reproducción del documento en un semanario que dependía directamente de ella (El Español) y después la inserción en otros periódicos de comentarios relativos al mismo que insistieran en el tema de la lealtad al Caudillo y de la unidad frente al común enemigo masónico. En 1943, la Delegación Nacional de Prensa, con Juan Aparicio al frente, estaba en manos de falangistas sumisos a Franco, de forma que una campaña como ésta sólo pudo llevarse a cabo con el consentimiento —si no la orden— del dictador. A diferencia de los otros dos casos de textos masónicos apócrifos que hemos visto antes, la difusión de la «Palabra Semestral» —y probablemente su elaboración— no fue una iniciativa de grupos disidentes situados en la periferia del poder, sino que partía
de su mismo centro, lo que permitió que esta difusión fuera masiva.

Es evidente que la finalidad principal de esta campaña era neutralizar a don Juan y a sus partidarios, y en particular a aquéllos que pertenecían a las Fuerzas Armadas. Los falangistas leales a Franco que controlaban la prensa utilizaron el tema del supuesto apoyo masónico a este pretendiente como un poderoso instrumento para desprestigiar a los sectores juanistas, una familia política enemiga que también formaba parte de la coalición autoritaria franquista y cuyo ascenso podría restar poder a los falangistas. Los ataques de éstos contra los monárquicos no eran ninguna novedad, pero se habían hecho especialmente necesarios en el difícil contexto de 1943. Las derrotas del Eje hicieron aumentar la incertidumbre acerca del futuro del régimen, lo que a su vez favoreció la movilización de los sectores monárquicos, entre los que figuraban altos mandos militares. Durante 1943, esos sectores llevaron a cabo dos iniciativas de especial trascendencia tendentes al restablecimiento de la monarquía. En junio, veintisiete procuradores de las recién creadas Cortes firmaban una petición en favor de la restauración monárquica. Y es precisamente entonces cuando fue redactado el supuesto documento masónico que nos ocupa, concebido sin duda como una respuesta al escrito de los procuradores. Pero todavía habría que esperar unos meses hasta su publicación. Durante el resto del verano, como consecuencia de la caída de Mussolini a finales de julio, aumentó aún más la inquietud entre los altos mandos del Ejército, hasta el punto de que en septiembre ocho generales sugerían en un escrito dirigido a Franco la conveniencia de una vuelta a la monarquía. Poco después, el 30 de octubre, El Español publicaba las supuestas consignas masónicas que conocemos, entre las que figuraba la de que una «Comisión Militar» destituyera al dictador durante la segunda mitad de 1943. Cualquier iniciativa de los generales, por moderada que fuese, quedaba así desacreditada, al ser presentada como el resultado de una maniobra de la masonería. Es decir, la elaboración y la publicación de este documento «masónico» fueron precedidas, respectivamente, por cada una de las dos iniciativas monárquicas de mayor trascendencia que se habían producido durante 1943 y, posiblemente, desde el inicio del régimen. El apócrifo titulado «Palabra Semestral» constituye, por tanto, el primer elemento de la reacción emprendida por la Falange de Franco contra la ofensiva monárquica que se había desarrollado durante 1943. La identificación entre masonería y monarquía comenzaba así una larga trayectoria como arma política.
Los tres supuestos documentos masónicos que hemos visto no fueron los únicos que circularon en la España del primer franquismo, pero sí los que tuvieron un alcance mayor y, sobre todo, los que hacían una utilización más clara del discurso antimasónico como arma arrojadiza. Serán mencionados brevemente ahora otros documentos atribuidos a la masonería que, a diferencia de los precedentes, o bien no podían ser esgrimidos tan fácilmente contra los grupos que formaban parte de la coalición autoritaria, o bien no obtuvieron prácticamente ninguna difusión. Así, a comienzos de 1940 llegó a conocimiento de Franco (y no sabemos si de alguien más) un supuesto programa de acción masónico que tenía el objetivo final de lograr el restablecimiento de una «República democrática». El año siguiente, otro escrito similar —ya mencionado más arriba— fue incluido, como sustituto de las «Máximas», en un folleto editado por la Delegación Nacional de Propaganda. Dicho escrito recogía una serie de consignas supuestamente dictadas en abril de 1941 por la Gran Logia Española, entre las que se propugnaba «la desmoralización de la clase obrera». Meses más tarde, a comienzos de 1942, llegaron al dictador las copias de otros dos documentos, fechados el 22 y el 30 de diciembre de 1941. El primero aludía a la existencia de «hermanos» entre los militares y daba instrucciones para desprestigiar a Franco y a Serrano Súñer, mientras que el segundo texto ordenaba el apoyo incondicional de los masones a Inglaterra. Otra supuesta «plancha» masónica, la «Orden al Gran Oriente de España», fue reproducida en El Español en febrero de 1943, varios meses antes de que el semanario hiciera lo mismo con la «Palabra Semestral». Como ocurrió después con ésta, la «Orden» fue el centro de una campaña de prensa dirigida mediante consignas desde la Vicesecretaria de Educación Popular. Finalmente, Franco recibió el acta de una reunión de la Asociación Masónica Internacional, supuestamente celebrada en Lisboa el 11 de mayo de 1943. Esta vez, el documento relacionaba al SEU con la masonería.
En total han sido presentados, con mayor o menor detenimiento, nueve documentos atribuidos a la masonería. Pues bien, existen indicios para pensar que la mayoría de ellos, incluidas las «Máximas» y la «Palabra Semestral», llegaron a manos de Franco a través de una única red de información que mantenía contacto con Carrero Blanco y que parecía estar especializada en la vigilancia de las actividades masónicas, particularmente en Portugal. La principal informadora en este país se escondía tras las iniciales «A. de S.» y decía ser la mujer de un masón. Es posible que dicha red haya intervenido de una forma u otra en la confección de alguno o de varios de los textos reseñados, especialmente de
aquéllos recibidos por Franco en 1942 y 1943. Uno de estos últimos documentos —en concreto el fechado el 22 de noviembre de 1941— daba una consigna que nos permitirá enlazar con la segunda parte de este trabajo: «hay que seguir, con tiento y sin prodigarlo demasiado, lanzando acusaciones de masonismo contra profanos». Es decir, según este escrito, los propios masones ya habrían acusado a inocentes de pertenecer a la masonería. ¿En quiénes podían estar pensando los autores de la falsificación?
Esta entrada continuará en una tercera parte.