Conclusión del extracto del artículo publicado por Natividad Ortiz Albear en el volumen IV, nº 2, de la Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latinoamericana y Caribeña (REHMLAC), de la Universidad de Costa Rica.
© Natividad Ortiz Albear y REHMLAC.
Las logias femeninas o de Adopción constituyen una salida
pero a la vez una trampa donde se cercenaban irremisiblemente los vuelos masónicos de las
mujeres. Sin embargo, en muchos casos la actividad de las mujeres que formaron parte de
estos talleres excedió con creces la limitada participación de aquellas que figuraban
brevemente anotadas en los censos de las logias masculinas.
Por lo general el tiempo de duración de los trabajos en este tipo de talleres desde que
se instalaban hasta que “abatían columnas”, es decir que clausuraban sus actividades, no fue
largo. A pesar de todo existieron algunas que muestran el tesón de sus miembros a prueba de
adversidades.
Los datos sobre la mayoría de las mujeres masonas son tan escasos que dificultan
enormemente una aproximación exacta a su perfil sociológico. En los documentos de censo se
solía anotar la profesión de los afiliados, pero en el caso de las mujeres con frecuencia no
aparece tal vez porque no desempeñan ninguna profesión reconocida como tal, aunque bien es
verdad que, en otros casos, en dicho apartado figuran como “amas de casa” o “sus labores”.
En una primera etapa que iría de 1868 a 1900 el número de mujeres censadas en las logias
supera las 400, sin embargo la información sobre sus actividades es muy sucinta, de algunas
solo conocemos su nombre y apellidos y, en algunos casos el nombre simbólico y el grado
masónico que alcanzó. La profesión aparece anotada en 227 ocasiones. Este muestreo nos ha
permitido extraer algunas conclusiones. La inmensa mayoría se dedicaba a “sus labores” lo
que refleja el perfil más común en la época: mujer que no trabaja fuera de su casa,
probablemente perteneciente desde el punto de vista social a la burguesía y emparentadas con
hombres masones. Es significativa la abundante coincidencia de apellidos en las logias. Fue
práctica habitual entre algunos masones iniciar a sus esposas e incluso a sus hijas. Además de
estas amas de casa también encontramos, aunque de forma más minoritaria, profesiones como
actriz, profesora, modista, matrona, escritora, como Ángeles López de Ayala o Rosario de
Acuña, e incluso tres mujeres que figuran como propietarias y una como industrial.
Entre 1900 y 1930 la tendencia se mantiene parecida en cuanto a las profesiones. El
mayor cambio se opera en la etapa de la Segunda República en el que el número de mujeres
amas de casa es muy pequeño y destaca especialmente el nutrido grupo de mujeres que
proceden de ámbitos culturales. También destacó la presencia de importantes nombres de la
política como Clara Campoamor o la escritora Aurora Bertrana Salazar afiliada a Esquerra
Republicana.
La masonería no permanece ajena a la inmensa corriente que a partir del siglo XIX
escribe sobre las mujeres en clave de estereotipos que se repiten constantemente. Nunca antes
se había hablado tanto de ellas. Se inaugura un discurso de género amparado a veces en
coartadas presumiblemente científicas y elaborado mayoritariamente por hombres. De esta
manera los roles femeninos y la imagen de la mujer quedaron fijados a través de la
producción escrita pero también a través de la cultura visual del siglo XIX.

A lo largo de dicho siglo, sin embargo, se observa una evolución en el imaginario
femenino. De la idea de la “mujer-adorno” tan extendida en la primera mitad del siglo XIX se
evoluciona hacia la defensa de modelos que sacralizan a la mujer como pilar de la sociedad en
la medida en que desempeñan los papeles de madres y esposas que las convierten en pieza
clave de la estabilidad familiar y social. Por lo tanto, la exaltación de las mujeres tiene como
contrapartida la asimilación de unos deberes que en ningún momento traspasan el umbral de
su hogar. En este sentido se les exige no solo una dulzura inherente a su papel de ángeles del
hogar, sino también ser buenas gobernantas de su casa, saber administrarla sabiamente y
transmitir a los suyos los valores morales que la sociedad impone.
Sin embargo, a pesar del escaso protagonismo que la sociedad le concede, no hay que
descartar la posesión de un tipo de poder que se manifiesta en forma de una influencia
permanentemente no circunscrita únicamente al ámbito que se le reserva. La idea de un poder
en la sombra constituye otro elemento más de la imagen femenina que concuerda
perfectamente con ese mundo silencioso y silenciado en el que se movían las mujeres. A esto
se añade la distancia entre ambos sexos que conduce al desconocimiento y a la gestación de
un temor que desemboca en representaciones literarias y artísticas como la de la “
femme
fatale”.
Los discursos de los masones no son ajenos a estos estereotipos. En la mayoría de los
casos las palabras que dedican a las mujeres, lejos del menosprecio, son de exaltación de sus
roles fundamentales, el de esposa y madre. Además este tipo de discurso se mantiene
inalterable en el tiempo, de manera que incluso durante la Segunda República es frecuente
encontrar visiones deudoras de esta misma percepción.
La función materna es un tema muy recurrente en los artículos que escriben los
masones. Les preocupa especialmente a causa de la influencia que las madres tienen sobre los
hijos, de ahí la necesidad social de contar con madres instruidas. Sin duda, en medio de tantos
elogios, lo que realmente subyace es la instrumentalización de la mujer, es decir, la
importancia que se les otorga en la sociedad no deriva de ellas misma, sino de sus roles
familiares. Por otra parte, la elevación moral de la mujer y la consideración pública que esto
provoca, conllevan una contrapartida que, en el caso de la masonería se mide en fuerzas para
su desarrollo e incluso en elementos para su proselitismo.
De manera similar la mujer, en calidad de esposa, adquiere una misión que se
contempla con una renovada importancia a los ojos de la masonería. Los discursos masónicos
en este sentido perpetúan el modelo patriarcal con palabras como las que siguen,
pronunciadas en una ceremonia de reconocimiento conyugal, también conocida como
matrimonio masónico:
El matrimonio convierte a la mujer en miembro activo del cuerpo social. La ceremonia
nupcial viene a ser una consagración que la santifica y hace respetable ante la
sociedad. El esposo es el jefe de la comunidad. Ama a la vez con los sentidos, con la
conciencia y con la inteligencia. Amad, pues, a vuestra esposa y haceos
recíprocamente felices; para los que bien se aman, no hay nada tan suave como las
leyes del matrimonio.
Desde el punto de vista cuantitativo la presencia de las mujeres españolas en las logias
fue limitada, sin embargo aún es posible analizar este fenómeno desde múltiples prismas y
llegar a interesantes conclusiones acerca de la evolución de la participación de las mujeres en
los movimientos asociativos, así como su implicación en el camino de convertirse en
ciudadanas de pleno derecho.
La trayectoria de las mujeres masonas no fue fácil, al contrario, estuvo plagada de
obstáculos que comienzan con la prohibición primigenia de la Masonería Contemporánea
hasta las limitaciones estatutarias que las aceptaron pero con numerosas reticencias. Las
contradicciones masónicas se desvelan de forma patente en el caso de las mujeres. La defensa
de principios relacionados con la libertad y la igualdad solo fue un espejismo para las mujeres
que se acercaron a sus puertas y les fueron franqueadas solo a medias.
Sin embargo también ellas, a pesar de su paso casi de puntillas por las logias, se vieron
afectadas por la represión política que tuvo lugar durante la dictadura franquista. En los
fondos documentales del Centro para la Memoria Histórica se encuentran abundantes
expedientes judiciales incoados contra mujeres por pertenecer a la masonería. El Tribunal
para la Represión de la Masonería y el Comunismo actuó contra todas aquellas cuyos
nombres aparecían en la documentación incautada a las logias y otros organismos masónicos.
Los juicios acabaron con condenas de cárcel, en la mayoría de los casos de doce años y un día
de reclusión menor, e inhabilitación para desempeñar puestos de trabajos en el sector público.
En otros casos, las masonas perseguidas por la justicia se habían exiliado lo que no evitó que
se les juzgara “en rebeldía” y que sobre ellas pesara durante décadas un expediente judicial
que les impidió regresar a España. Este es el caso de Clara Campoamor que nunca volvió a su
país por esta causa.